Tarde o temprano, los médicos acaban siendo también pacientes. Es lo que le sucedió a Abel Novoa tras haber sido arrollado por un coche. La estancia en el hospital fue dura pero más lo fue comprobar cómo su inmovilidad le estaba generando unos problemas que no tenían nada que ver con los daños causados por el accidente: una úlcera por presión en el glúteo izquierdo, atrofia de los músculos gravitatorios (cuello, espalda, abdomen, etc.), estreñimiento o pérdida de capacidad respiratoria.
Para Novoa, médico de urgencias en Murcia, era como si el cuerpo hubiera tirado la toalla. “Guardar reposo es antiterapéutico”, afirma con rotundidad a EL ESPAÑOL, y razón no le falta: a pesar de que es el primer consejo que damos a un enfermo tanto médicos como familiares y amigos, se sabe desde hace décadas que no hace más que añadir problemas a un cuerpo convaleciente.
De hecho, es “probablemente, la creencia falsa relacionada con la salud más duradera y una de las más dañinas en medicina”, explica en un artículo reciente en la revista de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria en el que recopila la evidencia contra la misma. Tan consolidada está que, en un estudio con 45 enfermos ingresados en el hospital que podían caminar sin problemas, el 83% estuvo en la cama todo el tiempo.
“En los hospitales domina la idea de seguridad”, comenta a este periódico. “Hay que evitar que el paciente se caiga, se maree, haga un movimiento que lo pueda tirar de la cama, etc. La seguridad domina los protocolos, los médicos tienen miedo de que a los pacientes les pase algo si deambulan por los pasillos. Es más sencillo pedir que no se muevan”, resume.
No se trata únicamente de los hospitales. “El reposo es malo a cualquier edad y en cualquier entorno”. Otro estudio hizo un seguimiento de personas mayores en sus casas y calculó cuántos días estuvieron encamadas, entendiendo esto como pasar más de 12 horas sin levantarse. En año y medio la mayoría había estado solo entre tres y cinco días en la cama pero ese reposo ya tuvo consecuencias posteriores en su capacidad para moverse, comer o controlar esfínteres, incluso hacer actividades más complejas como llamar por teléfono o hacer recados. “Cuantos más días en cama, más limitación de funciones que no tenían que ver con la enfermedad”, observa Novoa.
AHORRAR ENERGÍA
La idea del reposo está fuertemente arraigada en nuestra sociedad y entre los médicos. “Hipócrates ya lo recomendaba. En el siglo XIX se puso de moda para el manejo de la hepatitis y la tuberculosis, como contaba “La montaña mágica”, la inmortal novela de Thomas Mann que transcurre en un sanatorio de tuberculosos de los Alpes a lo largo de siete años.
Es una creencia difícil de cambiar. “La gente cree que hay que reservarse y ahorrar energía para que todos los mecanismos de recuperación del cuerpo puedan funcionar a pleno rendimiento, sin gastarlos en otras actividades”. Pero la evidencia dice todo lo contrario.
No hay ahorro de energía que valga. Todo lo contrario: la sangre venosa se retiene en las piernas, aumentando el riesgo de trombos. La capacidad de bombeo del corazón disminuye, los músculos se atrofian un 2% diario, los huesos se descalcifican, la capacidad de respiración se deteriora, la falta de motilidad intestinal provoca estreñimiento, etc.
Novoa insiste en que, si la enfermedad no lo impide, hay que intentar estar activo “por todos los medios”. Al aire libre, mejor que en interior. En movimiento, mejor que de pie; de pie, mejor que sentado; y sentado, mejor que tumbado. Si uno no se puede levantar, que mueva brazos y piernas, con o sin ayuda.
La buena noticia es que para evitar los efectos dañinos de la inmovilidad es suficiente con caminar 20 minutos al día. De hecho, una investigación relacionaba caminar al menos 275 pasos (recorrer unos 210 metros) con menos ingresos a lo largo de los 30 días posteriores en los pacientes mayores hospitalizados.
Con información de elespanol.com
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